La mitad de Ayoub

Llevar el típico colgante con el identificador de empresa, en un centro de acogida de emigrantes, sin lugar a duda, establece una jerarquía y una distinción. Él lo luce con orgullo y lo lleva particularmente bien ubicado para que sea reconocible.

En nuestra España multicultural no me llama la atención hasta que Patricia me susurra con profundo orgullo que se trata de uno de los llegados hace dos años y que ya han podido contratarlo como educador en el centro.

El dato sí que me dispone a la admiración y el reconocimiento y comprendo el orgullo condensado en su tarjeta.

Se sienta a mi lado en la cena y podemos compartir una bonita conversación, siempre y cuando se acepte que sea por episodios marcados por la atención a los detalles de la cena y la organización. La mitad justificados, la otra quizá innecesarios, pero qué bonito que uno se haga cargo de un evento y lo siga con mimo y escrupuloso cuidado; dándose la necesaria importancia que tiene todo cargo.

Como es frecuente entre ellos, acaba apareciendo su relato migratorio sin necesidad siquiera de una pregunta. Con el tiempo he aprendido que poner palabra a sus aventuras, mejor quizá sus dramas, les sirve para ir aceptando en su interior que fue real todo lo vivido. Incluso intuyo que buscan la reacción del interlocutor para contribuir a la progresiva integración de la experiencia…

Ayoub es marroquí, lo que en términos migratorios representa una verdadera dificultad. Los acuerdos actuales limitan especialmente las posibilidades de reconocimiento de protección y los que no son homosexuales, y perseguidos por ello, o los que tienen orden explícita de apresamiento por manifestación, o cuestiones semejantes, están condenados a la devolución o la mendicidad.

Así fue su caso, tristemente reiterativo, y se le ilumina la cara al saber que en aquél verano del 19 en el que estábamos también en Melilla él encontró acogida en la comunidad de las Hijas de la Caridad. La alegría se hace desbordante cuando constata que conozco a sor Clara y sor Elo, su nueva familia.

Los puntos de coincidencia, los vínculos evidentes, parecen abrir el último de los cerrojos que da acceso a la parte de su aventura que debe estar reservada a privilegiados. El acceso viene advertido por el cambio del tono del rostro que, por primera vez en la tarde, se hace sombrío. Ayoub también entró a nado en España. Lo hizo desde Nador. A tenor de la descripción no menos desde 9 kms para salvar la vigilancia de la guardia fronteriza marroquí. Tiene constancia de que el viaje debió durar no menos de cinco horas.

La evidencia del dato la marca el momento de la despedida. Fueron dos los que partieron. El ahora educador contratado y un amigo de la infancia. Pone en contexto señalando que era invierno y en un día de mar muy mala con olas y corrientes muy fuertes. A partir de la cuarta hora, su amigo empezó a mostrar signos de debilidad. En este punto salta espontáneamente al francés y cuando lo advierte le calmo indicando que puedo seguir su explicación.

Tampoco es necesario un nivel excesivamente alto para seguir el lenguaje universal de las expresiones y los gestos. En esta gramática uno ya se hace cargo de lo acontecido… Cambia el tono para otorgar contundencia a sus palabras asegurando que incluso procuró arrastrarlo mientras fue posible. Y se lamenta de no haber previsto una cuerda con la que haber podido remolcarlo…

Ya sabe que no habría sido viable su intento, pero el remordimiento le mantiene atrapado en la posibilidad de que quizá esa tarde “pueda por fin salvarlo”… 3 años son pocos para un duelo de esta naturaleza…

Finalmente, ya con ojos humedecidos, concluye que vio cómo se hundía.

El otro lenguaje universal es el del silencio… En determinados niveles de hondura la palabra es hasta profana y creo que nos entendemos en los segundos de compartir una mirada compasiva.

Es entonces cuando me comunica que se trataba de otro Ayoub, de un mismo nombre y de dos finales trágicamente distintos. Se lo he preguntado al tiempo que le pido permiso para pedir por él y ofrecer la eucaristía en su memoria, aunque ellos sean musulmanes y yo cristiano. El asiente agradecido porque hay mucho de universal también en lo religioso.

Sospecho que espera una palabra final por mi parte. Al final de la película Titanic, hay una frase inspirada. Una despedida del protagonista a la chica que será la superviviente: “Haz que valga”.

Le expreso mi admiración por haber sobrevivido a la calle y por haber sido contratado como educador en el centro. Tiene mucho mérito y estoy convencido de que será un integrador privilegiado, le tendrán que explicar muy pocas cosas para ofrecer comprensión. Me interrumpe para apuntar que en septiembre comienza el módulo de FP que complete su formación.

Y yo concluyo que, con toda seguridad, el otro Ayoub tiene que estar orgulloso de él.

La sonrisa confirma que valora las palabras.

Y las completa: “Mi primer hijo se llamará Ayoub”.

-“No como su padre sino como su amigo”-

-“Eso es”.

Y se disculpa porque sus obligaciones le reclaman.

Nos hemos intercambiado los teléfonos antes de despedirnos con un abrazo y un gesto precioso entre ellos de señalar, con una mano en el pecho, que fue más que un rato compartido.

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